Guillermo Borja fue una de esas personas que nos incomodan y acobardan, no por su autoridad, su prestigio, su estatura y su fama, sino más bien por su gran e implacable honestidad. Enemigo de la normalización forzada de las personas, esa normalidad impuesta por el sistema y la educación, que terminan en un neurótico típico de la modernidad: el "normópata", sumiso o rebelde, violento o pasivo, pero siempre inauténtico y alejado de su verdadera esencia y, sobre todo, infeliz, que siembra conflictos y desgracias en su entorno.
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