En 2003, dos meses antes de la muerte de su hijo único, ignorando la existencia de cualquier dimensión espiritual, Yolande Duran-Serrano, a través de un despertar claro y espontáneo se sintió conectada a su verdadera naturaleza en un instante eterno. Desde entonces, Yolande, entrega su mensaje con ternura, pero también con una autoridad impersonal que emana al parecer de la claridad absoluta.
«Lo más bello, es el silencio interior. Es lo que nos libera, nos ayuda y nos cura.»
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